miércoles, 1 de enero de 2014

trescientos sesentaicinco dias


empezamos a contar deseando terminar de hacerlo y por segunda vez consecutiva vuelvo a empezar respirando con ansiedad por la prisa de terminar de contar otra vez.
Dos años eternos con la incertodumbre que da volver a empezar esta cuenta atrás, cansada de tener que esforzarme en rescatar los momentos buenos, que los tuvo pero que el peso diario de este gris permanente se encarga de relegarlos prontamente al olvido.
Siempre los llené de propósitos, pero ahora he preferido no hacerlo creo que probaré a dejarme envolver por la inercia o incluso dejar que se despierte el instinto, ese mismo que a base de tanto reprimirlo vive aletargado en algún lugar entre mi cabeza y mi corazón.
Aún me acuerdo cuando años atrás era capaz de prestar atencion a esa vocecilla llamensmola asi que me hacía girarme de imprevisto y cambiar el rumbo por marcado que estuviera sin cuestionarme nada mas.
Tendría que poner orden, eso sería lo más inteligente pero no me apetece nada asi que eso lo dejaré para uno se esos trescientos sesenta y cuatro  días que quedan por delante.
por otro lado tengo un saco de sueños a los que no le vendría mal ponerlos sobre una alfombra y detenidamente dedicarles el tiempo que se merecen al fín y al cabo desde siempre nos hemos alimentado de ellos.
Liberarme de ese montón de cadenas que me he dejado poner, porque que son sino todos esos límites en su mayoría innecesasios que vamos añadiendo sin querer o queriendo, que pesadas cadenas que impiden que sigamos avanzando.
Mañana será uno menos, sin pretensiones, lo mejor será esperar a ver de que color es y a partir de ahí inventar....quizás tenga que dedicarme a la pinrura para cambiar el color, o a escribir mejor que a leer si la historia me resulta aburrida, a recorrer todos esos caminos y dejar mis propias señales para que otros la encuentren, en resumen a dejar a un lado esta monotonìa que han traido tantos días grises que otros se encargaron de pintar para todos y que hemos aceptado sin rechistar por comodidad o por miedo, que puede importar eso

sábado, 30 de noviembre de 2013

Sentada en el escalón le cuelgan las piernecillas de alambre con sus calcetines de hilo blanco bien estiraditos y zapatitos de charol. Todavía no le llegan los pies al suelo, debía ser un escalon muy alto o ella una niña muy pequeña.


Allí se siente bien, la piedra del escalón se conserva siempre fría bajo la sombra de esa parra tan vieja como el. Entre sus manitas un trozo de pan con chocolate, de onzas tan duras que a penas puede partirlas, no se lo acabará nunca por que está más interesada en seguir con la mirada el carrilito de hormigas que tiene ante sí o el vuelo entretenido de las avispas alrededor de los racimos de uva que

De Pan y Chocolate